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Rubén Peretó Rivas Pittsburgh

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El libro escrito por Santiago Vazquez que se me ha pedido que prologue permite ser abordado desde tres perspectivas diversas. Así como Hécate, la diosa lunar que se manifestaba en la oscuridad de la luna, era representada con tres rostros diversos, Enfermedad y terapéutica del alma en Evagrio Póntico. La palabra del gnóstico como instancia curativa de la enfermedad del alma posee también tres caras y, dependiendo del ángulo en el cual el lector se ubique, podrá apreciar una u otra.

La primera, por cierto, es la faz académica. Se trata de un libro que reúne todos los requisitos que se espera de un escrito científico, y aborda un tema que en las últimas décadas ha ido ganando cada vez más espacio en el interés de la comunidad científica. Me refiero a la patrística y a los estudios de la Antigüedad Tardía en general. El dedicado trabajo que comenzó a desarrollar un pequeño grupo de estudiosos franceses en la primera mitad del siglo XX ha producido grandes frutos. Buena parte de las obras de los Padres de la Iglesia de origen latino, griego o siríaco, cuentan ya con ediciones críticas y traducciones a lenguas modernas, y los estudios sobre la temática son ingentes. De entre ellos, los Padres del Desierto han gozado de una atención particular puesto que, aunque no se hayan caracterizado por escribir tratados especulativos y sistemáticos sobre teología o filosofía, el suyo es un invalorable aporte para el estudio de la mística cristiana, e incluyo en este término a todos los aspectos que están involucrados en el progreso espiritual del hombre. Las repetidas ediciones en varias lenguas de la Filocalía o de los Apotegmas de los Padres del Desierto son prueba evidente de este hecho que no deja de sorprender, sobre todo cuando aparece en un mundo que pareciera volcado a intereses materiales y muy alejado de las cuestiones trascendentes que esos autores plantean.

La investigación desarrollada en este libro se centra en uno de ellos, Evagrio Póntico, el monje más culto del siglo IV. La educación de privilegio que había recibido junto a los Padres Capadocios y su propia capacidad de penetración en los pliegues del alma y del espíritu humano, lo convirtieron en un prolífico escritor, cuyas obras marcaron toda la espiritualidad cristiana posterior. Pero Evagrio no era solo un asceta; era también un therapeuta, y por eso el libro de Santiago Vázquez puede plantear con legitimidad la pregunta acerca de las enfermedades del alma, puesto que el Póntico señala en sus escritos el modo de diagnosticarlas, y luego señala el recorrido del proceso curativo para sanar aquello que está herido.

El detallado análisis que realiza Evagrio de los ocho espíritus malvados, por ejemplo, es una descripción de las pasiones del alma cuando adquieren una autonomía que no les corresponde, y comienzan a actuar separadas de la función rectora de la razón, parà phýsin o contrarias a la naturaleza, en términos evagrianos. Esta hybris de las pasiones, alentada por los demonios que están siempre prestos a obstaculizar el camino de retorno del hombre a Dios, en muchos casos se manifiesta como una enfermedad del alma, entendiendo por tal a la psyche como diversa del nous. El alma es todo el complejo psicológico humano, y es a él a quien las pasiones pueden afectar desordenándolo y enfermándolo.

Evagrio no solamente traza el mapa de esta particular nosología sino que también propone las terapias que pueden ayudar a curarla. La más importante e imprescindible es la apátheia, es decir, la capacidad de des–apasionar las percepciones sensibles; percibir las cosas y los hechos tal como son, en la desnudez de su propia realidad, evitando cargarlos con el peso de las pasiones, que no solamente impiden conocerlos tal cual son, sino que también los convierten en nocivos, o fuente de enfermedades.

Pero otra de las terapias que propone Evagrio es la de la palabra, pero la palabra dicha por el gnóstico, es decir, el abba o anciano que ya ha recorrido el arduo camino de la vida espiritual y puede ver en el corazón de quienes se acercan a él, la enfermedad que los atormenta y encontrar la palabra necesaria para curarla. “Padre, dime una palabra”, es la expresión que se escuchaba con frecuencia en el desierto egipcio; y era la súplica de los que recurrían a las celdas de los monjes más ancianos y sabios para recibir de ellos el verbo sanador. Y es justamente en esta capacidad curativa que tiene la palabra en ese ámbito tan particular como es el monacato egipcio de los siglos III y IV, en la que indaga Santiago Vazquez, desde una perspectiva científica y probando, a través de los textos, sus conclusiones.

El segundo de los rostros de Hécate, o de las perspectivas desde las cuales puede leerse este libro, es el que se entronca con la antiquísima imagen del “Cristo médico”, tan cara a la época patrística y al cristianismo oriental y que, en Occidente, poco a poco fue cayendo en el olvido. El libro se focaliza en una “instancia curativa” que se da en el ámbito cristiano de los Padres del Desierto, que sabían que para avanzar espiritualmente había que curar primero el alma. Y es por eso que los monjes dirigen su mirada al Cristo que cura, al Cristo que es médico, y ven la historia de la salvación de la humanidad y de cada uno de los hombres como un proceso terapéutico. Vladimir Losky considera que los latinos tenemos una visión esencialmente jurídica de la obra redentora y salvadora de Cristo, pero que no es esa la única imagen que utilizan las Escrituras y la Tradición. También recurren a la imagen médica, en la que una naturaleza enferma es curada con el antídoto de la salvación1.

Jean–Claude Larchet dedicó una obra monumental a este tema en la que expone la “imagen médica” de Cristo, que fue recibida por toda la Tradición y constituye una manera particularmente adecuada de representar el modo en que se da nuestra salvación2. Allí nos recuerda que Cristo, el redentor del género humano, es también su salvador y, por tanto, si hemos sido redimidos, hemos sido también salvados. Y aparece aquí un detalle lingüístico fundamental: el verbo σώζω (salvar), que es utilizado con frecuencia en el Nuevo Testamento, significa no solamente “liberar”, por ejemplo de un peligro, sino también “curar”, y la palabra σωτηρία (salvación) designa no solamente a la liberación sino también a la curación. El mismo nombre de Jesús significa “Yahvé salva” (Mt. 1,21; Hch. 4,12) o, lo que es lo mismo, “Yahvé cura”. Y podríamos recordar la interpretación que propone Orígenes, y con él otros Padres, de la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 30–36): éste es Cristo, que viene a curar las heridas del hombre herido arrojado a la vera del camino por los demonios salteadores y maleantes3. O bien, referirnos a los relatos evangélicos en los que se presenta a los habitantes de Palestina que corren detrás de Jesús buscando en Él la curación.

Y esta es la justificación por la cual los Padres le aplicaron a Cristo el apelativo de “Médico”, añadiendo “de las almas y de los cuerpos”, puesto que Él vino a curar al hombre entero. Y si éste necesitaba ser sanado, es porque estaba enfermo. Fue la caída original la que lo privó del estado de salud que poseía en el Edén, y lo cubrió con una enfermedad que posee múltiples manifestaciones y que lo afecta en todo su ser.

Qui sanat contritos corde, et aligat contritiones eorum, “Él sana los corazones destrozados, y venda sus heridas”, dice el salmista (Ps. 143, 6), y con él, otros libros de la Escritura testimonian el carácter sanador que posee la misión de Cristo entre los hombres (Mi 7,2; Is 1,6; Jr. 8,22; 28, 9; Ps 13,7; 143,4). La obra salvadora de Cristo no es entonces, solamente la redención entendida como saldar una deuda que había sido contraída por nuestros primeros padres; es también un proceso de curación de toda la humanidad, cumplido en su Persona, que es divina, pero que posee también una naturaleza humana.

Pero, las obras de los Padres del Desierto, aún siendo terapéuticas, no consisten en una farmacopea con indicaciones de posologías para la administración de una u otra droga. No es ese el tipo de terapias al que ellos recurren. Sus enseñanzas se orientan más bien a formular ejercicios ascéticos, pues en esto radica el proceso de curación del hombre. Y hasta tal punto es así —la ascesis cristiana entendida como terapia—, que es muy frecuente encontrar en los textos de los Padres términos médicos. Casiano, por ejemplo, habla de remedia4 y medicamenta5 para curar la enfermedad, de la curatione o terapéutica de la palabra6 y de los fomenta lenificantes de la alabanza7 para suavizar las heridas mortales8 y suprimir la irritación de los tumores9, a fin de recibir la curación perfecta. La ascesis es una técnica destinada a alcanzar la curación y recobrar la salud perdida.

Los Padres del Desierto, y entre ellos Evagrio Póntico, eran ascetas y, en cuanto tales, eran therapeutas, y así son designados en numerosas ocasiones por los textos patrísticos. Y lo son porque han avanzado ya en la vía de la ascesis y poseen la experiencia suficiente para guiar a quienes recurrían a ellos en busca de consejo o ayuda, o bien, a fin de curar las enfermedades que afectaban su alma y su espíritu. Y el remedio, el “ensalmo” por el cual eran curados, comenzaba con la “palabra” que recibían del asceta, o del gnóstico.

El tercero de los rostros de Hécate, o la tercera aproximación que puede realizarse a este libro, implica un intento de leer y actualizar la enseñanza de Evagrio Póntico desde una perspectiva contemporánea, que es precisamente el objetivo que se propone la colección en la cual se publica. ¿Es que, acaso, las enseñanzas de los Padres de la Iglesia deben ser estudiadas exclusivamente desde una perspectiva teórica, considerando sus textos como un objeto de estudio propio de una época pasada y completamente caduca, tal como un paleontólogo estudiaría los huesos del ejemplar de alguna extinta especie animal? La indagación realizada por el autor sugiere lo contrario, e invita a imaginar y encarar nuevas investigaciones en las que, lo enseñado en la patrística, pueda ser aplicado y convertido en insumo de ciencias y prácticas contemporáneas, principalmente la psicología.

El ámbito ortodoxo ha sido pionero en este tipo de iniciativas. Al ya citado Larchet, podríamos agregar a Alexis Trader o Gregory Rogers, entre otros10. Pero indudablemente los principios expresados en las obras evagrianas podrían también enriquecer otras prácticas psicológicas, como la terapia cognitiva, o las denominadas de “tercera generación”, tales como el ACT o la terapia narrativa. Es esta una tarea que corresponde a estudiosos que cuenten en su formación con contenidos propios de la patrística y de la psicología contemporánea. Se trata, sin duda, de un desafío que tiene sus riesgos pero que, a la vez, resulta apasionante. Confío en que la lectura de este libro pueda despertar ese interés y, de esa manera, contribuya a enriquecer con nuevas perspectivas la enorme riqueza de los autores cristianos de los primeros siglos.

Rubén Peretó Rivas

Pittsburgh, noviembre de 2021.

1

Cf. Vladimir Loski, À l’image et à la ressemblance de Dieu, Cerf, Paris, 1967, 95–108.

2

Cf. Jean–Claude Larchet, Therapeutique des maladies spirituelles, Cerf, Paris, 1997.

3

Cf. Orígenes, Homélies sur S. Luc 34, ed. H. Crouzel, F. Fournier y P. Périchon, Sources Chértiennes 87, Cerf, Paris, 1962; 400–411.

4

Juan Casiano, Institutions Cénobitiques X, 2, 3, ed. J.–C. Guy, Sources Chrétiennes 109, Cerf, Paris, 1965; 386–388.

5

Juan Casiano, Institutions Cénobitiques X, 7, 1; 392.

6

Juan Casiano, Institutions Cénobitiques X, 7, 2; 392.

7

Juan Casiano, Ib.

8

Juan Casiano, Institutions Cénobitiques X, 7, 1; 392.

9

Juan Casino, Ib.

10

Cf. Alexis Trader, Ancient Christian Wisdom and Aaron Beck’s Cognitive Therapy. A Meeting of Minds, New York, Peter Lang, 2012 y F. Gregory Rogers, “Spiritual Direction in the Orthodox Christian Tradition”, Journal of Psychology and Theology 30/4 (2002): 276–89.

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Enfermedad y Terapéutica del alma en Evagrio Póntico

La palabra del gnóstico como instancia curativa de la enfermedad del alma

Series:  Patristic Studies in Global Perspective, Volume: 4

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