Antonio Luna, farmacéutico, intelectual “ilustrado” y posteriormente general filipino, se maravillaba de la ignorancia de los españoles en lo tocante a lo filipino durante su estancia en Madrid y Barcelona entre 1888 y 1890. En su controvertido cuaderno de viaje, que contestaba con no poca ironía al discurso colonial que destilaban las plumas de reputados periodistas y escritores peninsulares que visitaban Filipinas, aparecen curiosos pasajes en los que el filipino se representa explicando a los que eran sus compatriotas, dónde estaba su archipiélago de origen con conversaciones como esta:
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¿Es usted chino?
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No, señor, de Filipinas.
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¿Y en dónde está eso? ¿En China ó en América?
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En la Oceanía. (Luna y Novicio 1891: 5)
Situado en el oriente más lejano respecto a la Península Ibérica, el archipiélago fue llamado “Indias Occidentales” durante años, intentando mantener la continuidad geográfica respecto a las colonias americanas con el objeto de justificar la soberanía en el reparto del mundo que se traían entre Castilla y Portugal, tal y como explica Ricardo Padrón en su reciente libro The Indies of the Setting Sun (2020). Después de la expedición ibérica que ubicó el archipiélago en los mapas europeos y que le costó en 1521 la vida a Fernando de Magallanes, hubo varios intentos de colonización que solo dieron fruto en 1565, con la llegada de Miguel López de Legazpi desde México y la inauguración de la ruta del Galeón de Manila o la Nao de la China. Desde entonces Filipinas se ha encontrado en un cruce cultural: entre el Índico y el Pacífico, entre Asia y Oceanía, entre América y Asia, entre lo hispánico y lo asiático.
Dicha indeterminación geográfica ha tenido como consecuencia una situación periférica tanto geográfica como epistemológica, ya que los estudios regionales y nacionales no acababan de encajarla en sus corpus. Centrándonos en la cuestión de la literatura hispanofilipina, la prueba está en su ausencia en los programas de estudios hispánicos de la mayor parte de universidades. Conviene subrayar, por tanto, que el ostracismo y aislamiento de la literatura filipina en español no se debe a la mera voluntad y acción de marginalización de fuerzas exógenas. Filipinas fue desde siempre un territorio dislocado respecto a la centralidad de los territorios americanos del imperio hispánico, y cuya existencia política colonial se debía al interés metropolitano de tener un pie en Asia y no dejarles el campo libre a los portugueses y holandeses en Asia del Este. El vínculo con las posesiones americanas siempre fue débil, con excepción de la Nueva España, y estos lazos se esfuman tras la emancipación americana finalizada en 1826, sin que mediara voluntad explícita por parte de los nuevos estados americanos. Por otra parte, los lazos con Cuba y Puerto Rico, las otras dos colonias americanas hasta 1898, era débil en cuanto a las relaciones tejidas por las elites criollas locales de estos tres territorios.
El hecho que el enclave filipino no tuviera una caja de resonancia lingüística hispana en Asia del Este, carencia que daba poca fuerza de impacto a la producción local fuera de sus fronteras, también contribuyó a este ostracismo. Este último aspecto es una diferencia fundamental con los países hispanoamericanos que podían contar con lectores, audiencia y predicamento en otros países de la región. La insularidad filipina y ser el único país de habla hispana de Asia, pesó como una lápida.
Una segunda consecuencia de ser encrucijada de culturas, en el polo opuesto del espectro, pero igualmente dañina para la visibilidad de esta literatura, es que a menudo ha sido apropiada como emblema nacionalista tanto por los propios filipinos como por los colonizadores, al ser en su mayoría una literatura escrita por personas nacidas en Filipinas cuando el país estaba bajo el dominio estadounidense y en lengua española. Desde el final de la ocupación española (1898), y de un periodo de unos treinta años en que apenas se habló de Filipinas en los círculos literarios y culturales de la península (Ortuño Casanova 2021a: 226–227), surge un momento de revisión de la historia filipina por parte del franquismo (1939–1975) que reivindica la labor evangelizadora y civilizadora en Filipinas como muestra de la vocación de imperio que pregonaba la falange como propia del espíritu español, lo que repercute en una inédita visibilidad en los medios de comunicación del país y su literatura (Ortuño Casanova 2021b). Esta veta ha resurgido a principios del siglo XXI a rebufo de la recuperación memorística de episodios “olvidados” de la historia de España en literatura y cine, y de la llamada “leyenda blanca” que reivindica efectivamente el papel positivo del imperio español en el mundo (Ortuño Casanova 2021a, 2015). De esta manera surgen libros nostálgicos de la antigua colonia que replantean la historia oficial, contaminada, según argumentan algunos sectores, por la leyenda negra (Elvira Roca 2016).1
Por otro lado, desde Filipinas se considera a algunos de los escritores en español, y en especial a José Rizal (1861–1896), héroes de la patria, de manera que sus escritos se enseñaban como textos patrióticos en las aulas escolares, en cursos sobre formación del espíritu nacional, desdeñando el valor literario de estos (Ortuño Casanova 2015), hasta que tras la dictadura de Ferdinand Marcos se eliminó la presencia del español en las escuelas. Finalmente, en el caso estadounidense, después del trabajo de reeducación y eliminación del español que se hizo tras la invasión efectiva en 1902, algunos críticos han reivindicado la pertenencia de la literatura filipina en español escrita entre 1898 y 1946 como literatura estadounidense. De este modo, Lifshey afirma literalmente que “The moment America extended its authority to the Philippines, Filipino writers automatically became writers of America, in all senses” (2016, 117).
Por todo ello, en un contexto en el que la deslocalización de los estudios literarios se va haciendo popular y dando pie a estudios de literatura del exilio y las diásporas, estudios transatlánticos, transpacíficos, de literatura global y de conexiones entre regiones, culturas, lenguas y grupos, es ciertamente el momento de retomar el estudio de la literatura hispanofilipina y reubicar su papel tanto en la historia cultural filipina como en la historia global desde un punto de vista académico, teniendo en cuenta las nuevas tendencias en estudios decoloniales y dejando de lado agendas nacionalistas paralelas. Esta idea viene alentada por un pequeño boom en los estudios hispanofilipinos relacionado también con un giro en los estudios filipinos modernos (no necesariamente dentro ya del ámbito hispanófono) protagonizado por autores y autoras tales como Caroline Hau, Nick Joaquin o John D. Blanco (Ortuño Casanova 2021a, 221; Arighi 2017, 475–476).
Con ese objetivo de repensar y reubicar la literatura hispanofilipina se planteó en diciembre de 2018 el Simposio internacional “La literatura filipina en español en el contexto de los estudios hispanoasiáticos” que se celebró en la Universidad de Amberes con la colaboración de la Université Clermont Auvergne y coordinado por los dos editores de este libro. A partir de este encuentro se fraguó una comunidad internacional de filipinistas que después han colaborado en diferentes foros – como el proyecto europeo DigiPhiLit o el monográfico sobre Literatura española sobre Filipinas en la revista filipina Kritika Kultura2 – y que mantienen una red digital de distribución de actividades y noticias.
Este libro reúne trece estudios de miembros de esta comunidad informal inaugurada en el simposio, procedentes de diferentes países y diferentes perspectivas críticas e incluso de distintos campos: los hay latinoamericanistas, historiadores, filólogos y filólogas especializadas en la llamada literatura peninsular que han llegado todos ellos y todas ellas al estudio de la literatura filipina. Lo que planteamos en este volumen, además de aportar una multiplicidad de perspectivas sobre la literatura hispanofilipina en un contexto global, es una reflexión sobre la llegada de la modernidad a Filipinas y cómo esta se plasma en los textos en español, cuestionando otra asunción tradicional de que la modernidad filipina se identifica exclusivamente con la llegada de la etapa colonial estadounidense. Los textos en español que se estudian en este volumen plasmarán los cambios que trae a la sociedad la invasión estadounidense, pero también mostrará una búsqueda de modernidades alternativas en Asia o en América Latina, no siempre centradas en el elemento capitalista o tecnológico, sino definiendo la modernidad como la implementación de ciertos cambios en la estructura social respecto a la tradición española, en ocasiones inspirados en las propias tradiciones prehispánicas, pero con un ojo en lo que sucede en otras regiones.
Hemos delimitado esta reflexión a la época comprendida entre 1885 y 1935. El inicio de estos cincuenta años está marcado por la publicación de Nínay de Alejandro Paterno (1857–1911), la primera novela publicada escrita por un filipino, y, de hecho, el texto filipino más antiguo que se estudia en profundidad en este volumen en los ensayos de William Arighi y Mignette Garvida. Nínay es una novela costumbrista, género que, como afirma Susan Kirkpatrick, refleja una época de tránsito (1978, 31). Por otro lado, 1935 es el año en que se propone el filipino, basado en la lengua tagala, lengua nacional del archipiélago, dejando atrás la pugna entre el español y el inglés por obtener un mayor campo de influencia e imponerse en el país. Además, es el año simbólico en que Filipinas deja de ser oficialmente colonia estadounidense y pasa a ser miembro de la “mancomunidad” o Commonwealth, con la promesa de obtener la independencia diez años después. Es, por tanto, un primer paso hacia la Filipinas democrática actual y el fin de una era de transición.
En esta etapa de cambio tan especial se generan unas necesidades políticas y sociales que obligan a repensar también los géneros literarios tradicionales. Los géneros literarios responden a la expresión del mundo europeo que los ha ido adaptando dependiendo de las necesidades. Así, al principio de la modernidad surgió el género híbrido y novedoso de la novela, por poner un ejemplo de la maleabilidad de las categorías literarias cuando se trata de Occidente. De hecho, la preferencia por los géneros limítrofes o híbridos en la expresión de encuentros transnacionales es hoy en día una tendencia global, como indica Miriam Lay Brander en la introducción a Genre and Globalization (2017: 9). Postmodernistas y novohistoricistas vienen debatiendo desde hace décadas sobre cómo la categorización de la literatura en géneros ha quedado obsoleta en la postmodernidad por fenómenos como la intertextualidad, la anti-literatura y las diferentes formas de entender la literatura.
Miriam Lay Brander continúa explicando cómo la noción de género está íntimamente conectada con la concepción de literatura europea que surge en el siglo XVIII como un sistema estético autónomo y que fue difundida en todo el mundo por medio del colonialismo, que deja fuera del canon aquellas formas literarias que no encajan en las taxonomías literarias europeas. En el caso de la literatura filipina se sigue cuestionando a menudo si los textos de no ficción creados con intención política o social más allá de la puramente literaria, pueden considerarse literatura. ¿Son literatura los textos folclóricos de Isabelo de los Reyes (1864–1938) en El folklore filipino (1889)? Este texto que se ha estudiado principalmente desde el punto de vista de la antropología, está compuesto de pequeños cuentos o leyendas sobre mitologías locales no tan diferentes de los que aparecen en los Cuentos de Juana (1943) de Adelina Gurrea (1896–1971) que ganó diversos premios literarios. Aquí argüimos que los textos filipinos producidos en los siglos XIX y XX en soporte libro o edición periodística, a los que aquí nos aproximamos, a pesar de haber tenido motivaciones extrínsecas a la propia creación literaria, y muy a menudo haber sido estudiados desde otras disciplinas, siguen siendo parte del elenco literario.
Por otro lado, en el entorno europeo, Shirley Mangini ha llamado Outlaw genres a aquellos en los que las invenciones narrativas están ligadas a la lucha social, no a la experimentación puramente estética. Son géneros que combinan en ocasiones literatura e historia y que se distancian, por tanto, de la expresión individual (1995, 67). El término encaja muy adecuadamente en el contexto de la literatura filipina en español, que surge y se desarrolla con una conexión muy íntima con la historia y la política. Si consideramos parte de estos outlaw genres aquellos que en un contexto colonial sirven como armas de protesta política o expresión del deseo de crear un nuevo espacio social, lo serían, por ejemplo, los textos políticos del mismo Isabelo de los Reyes, que estudia Álvaro Jimena en el capítulo 4 de este volumen. La sección “El papel de la prensa”, de hecho, responde en gran medida a estos outlaw genres en versión colonial, en soporte periodístico, que fue fundamental para la circulación de la literatura – tanto de géneros tradicionales como no tradicionales – y de las ideas.
1 El estudio de la literatura filipina en español
Precisamente, el profesor John D. Blanco, de la Universidad de California en San Diego, ha defendido en diversos foros el carácter literario de las crónicas misioneras sobre Filipinas, centrándose en lo fantástico de los relatos,3 lo que coincide con el punto de vista que expresa Luis Castellví en su artículo sobre la relación del viaje a Filipinas que emprendió Pedro Chirino en 1589 (2020).
John D. Blanco además se ha ocupado también de lo barroco en la escritura filipina (no exclusivamente en español; de hecho, se centra sobre todo en textos en tagalo) y su importancia en una modernidad caracterizada por surgir de contradicciones y sincretismos en torno a una interpretación vernácula del cristianismo y del “precario dominio español” (2009). Las crónicas han sido estudiadas desde la literatura por críticos como Jorge Mojarro (2018b, 2019) o Ana M. Rodríguez-Rodríguez, que se centra en la representación de los musulmanes y las estrategias imperialistas de asimilación (2018a, 2018b, 2020). De hecho, una de sus aportaciones en este sentido se inserta en un reciente libro sobre el Pacífico Hispánico en la era colonial (1521–1815) en que diversos críticos se aproximan a las crónicas coloniales desde un punto de vista más bien historiográfico (Lee, Legnani) pero también cultural (Rafael, Martínez, Mojarro) (Lee y Padrón 2020).
De manera más amplia, la literatura filipina y en Filipinas de los siglos XVII–XVIII ha sido abordada por Isaac Donoso, quien describe prácticas y obras del barroco filipino en la sección “El barroco filipino” del libro colectivo editado por él (2012) y en otro artículo posterior (2016). Miguel Zugasti y Miguel Martínez, por su parte, se han aproximado a la literatura más jocosa y al teatro cómico en el país asiático. Martínez al estudiar literatura escrita por la soldadesca – tema principal de su monográfico Front Lines (2016a) – y en especial el papel de Don Quijote en la literatura popular filipina y en Filipinas en el siglo XVII; Zugasti lo hace en sendos artículos sobre teatro y sobre las loas en festividades religiosas (2016 y 2018).
Sin embargo, si nos circunscribimos a lo escrito por filipinos – refiriéndonos aquí a los nativos del archipiélago – en español, a pesar de lo temprano de la llegada de la imprenta a Filipinas (Mojarro 2020) y tras siglos de publicaciones de gramáticas misioneras, diccionarios, devocionarios y catecismos, las primeras obras literarias comienzan a imprimirse en el siglo XIX, debido entre otras razones a la censura eclesiástica y a la escasa difusión de la lengua española en el archipiélago. Por lo general se considera que la primera obra filipina en español con intención literaria es Parnaso filipino (1813) del criollo Luis Rodríguez Varela (1768–1826)4 (Mariñas 1974), recientemente analizada por la historiadora Ruth de Llobet (2018).
Tras estos primeros escarceos, tenemos que esperar a la década de 1880 para encontrar las primeras novelas filipinas en español, publicadas en realidad fuera de Filipinas. Son las de los Ilustrados: el ya mencionado Pedro Alejandro Paterno con su novela Nínay, publicada en Madrid, y, sobre todo, José Rizal con sus obras Noli me tangere, publicada en Berlín en 1887 y El Filibusterismo, que aparece en Gante en 1891 –.5 Ambos autores son descendientes de una burguesía mestiza sino-filipina que floreció gracias a la apertura de los puertos filipinos al comercio internacional a principios del siglo XIX. Fueron además educados en las mejores universidades de Manila y enviados a completar su formación a Europa, llegando a España donde, con otros miembros de las élites económicas del país, fundaron el círculo filipino y el periódico La solidaridad, destinado en un principio a enseñar al público español usos y costumbres de su país y a reivindicar el derecho a la representación parlamentaria de Filipinas – objetivos que les valieron el mote de propagandistas –. Quizás la mayor parte de estudios sobre historia y cultura filipina en español se haya dedicado a este periodo – aunque haría falta un estudio cuantitativo para saberlo con exactitud –. Desde los artículos provocadores del historiador Ambeth Ocampo recogidos entre otros en el volumen Rizal without the Overcoat (1990), hasta la valoración del impacto político y cultural y el reconocimiento de Paterno, Trinidad Pardo de Tavera (1857–1925) y el ya mentado Isabelo de los Reyes como creadores de modernidad a través de la producción de conocimiento en y sobre Filipinas (Mojares 2006), se han dedicado volúmenes completos al trabajo intelectual, cultural, político y literario de los ilustrados (Hau 2017, Claudio 2019, Thomas 2012). Thomas se aproxima a las obras políticas y científicas de José Rizal, Pardo de Tavera, Isabelo de los Reyes, Pedro Paterno, Pedro Serrano Laktaw (1853–1928) y Mariano Ponce (1863–1918), para examinar su discurso anticolonial expresado con retórica colonial. En cambio, el libro de Hau, Elites and Ilustrados in Philippine Culture amplía la concepción del ilustrado más allá del grupo original de finales el siglo XIX y cuestiona la idealización generalizada de estas élites que han dominado el discurso ‘sobre Filipinas desde Filipinas’, eclipsando otras voces.
En cuanto a estudios específicamente desde un punto de vista literario, la mayor parte de la atención se ha centrado en las novelas de Rizal, – pensamos en el lugar prominente que estas novelas ocupan en historias de la literatura filipina clásicas como Origins and Rise of the Filipino Novel de Resil Mojares (1985) –. En lugar de agotarse, van apareciendo nuevas y prometedoras aportaciones sobre el tema, como la tesis doctoral de Aaron Castroverde José Rizal and the Spanish Novel presentada en Duke University (EE.UU.) en 2013. Además, múltiples aproximaciones de menor extensión se han ido publicando durante décadas, estudiando aspectos bien diferentes de la obra del ilustre filipino como en el caso de los artículos de Eugenio Matibag (1995), Joan Torres-Pou (2001), Adam Lifshey (2008), Beatriz Álvarez (2013) y Axel Gasquet (2019b). Otro cuerpo de artículos son los que comparan la obra de Rizal con la de otros escritores de su época. Es el caso del estudio de Joseba Gabilondo que la compara con la de Galdós y la del vasco afincado por un tiempo en Filipinas Joseba Etxeita (2013), y lo es también de las múltiples comparaciones entre Rizal y el cubano José Martí (Laso Prieto 2003, Blanco 2004, Hagimoto 2013, Valenzuela 2014). Finalmente, encontramos aportaciones como los artículos de Beatriz Álvarez (2011) y de Resil Mojares (2011) que contribuyen a reubicar la obra de Rizal dentro del campo de la literatura, necesario después de los múltiples estudios sobre su ideología y sobre la relevancia histórica de su figura. Estos textos aparecen en el contexto de una exposición que tuvo lugar en 2011 en la Biblioteca Nacional de España que buscaba precisamente ilustrar las diferentes facetas del escritor, médico e ideólogo filipino.6
En las obras de los ilustrados de la primera generación, también llamados propagandistas, que vivieron a finales del siglo XIX y principios del XX encontramos una de las innovaciones de tintes decoloniales que aparta el costumbrismo filipino del español. Si el costumbrismo surge en Europa del interés de una clase media por “consumir imágenes de ellos mismos” en una era de transición en que tenían la conciencia de que su realidad desaparecería (Ayala Aracil 1993), y con la intención de crear categorías coherentes por medio de la clasificación de una masa social amorfa (Kirkpatrick 1978, 32), en la versión filipina se trata de introducir tipos nuevos que desestabilizaran el sueño de clasificación total decimonónica y que hicieran replantearse a los españoles los tipos antiguos y, sobre todo, de rebatir el costumbrismo colonial de autores españoles como Wenceslao Retana (1862–1924), Pablo Feced “Quioquiap” (1834–1900) o José Montero y Vidal (1851-s.d.), que juzgaban en sus cuadros de costumbres la (ausencia de) modernidad de los filipinos (Arighi 2016).
Los propagandistas acabaron siendo instigadores revolucionarios y, en casos emblemáticos como el de José Rizal, mártires del proceso independentista filipino que duró en su empeño desde 1896 hasta la consecución de la independencia en 1946. Cómo héroes de la patria fueron respetados y recuperados por la generación política siguiente, que también era hispanohablante y también parte de una élite económica y cultural que se oponía a la influencia colonial – en el caso de esta segunda generación, la estadounidense –. Intelectuales como Teodoro M. Kalaw (1884–1940), que como director de la Biblioteca Nacional Filipina editará y prologará diversos textos de esa generación previa como el texto de Mariano Ponce Sun Yat Sen fundador de la República China (1912), o Rafael Palma (1874–1939), quien editará las obras de Rizal y publicará su biografía (1949), se dedican a esta labor de recuperación, emprendiendo a la vez una adaptación de sus postulados a la nueva etapa de ocupación estadounidense.
Como se explica en la introducción al portal de literatura filipina en español de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes,7 siguiendo en parte a Luis Mariñas, la “edad de oro” de la literatura filipina en español llega solo con la ocupación estadounidense de 1902, tras la guerra filipino-americana (1898–1902). Como adelantábamos al principio, el estudio de la literatura de esta época ha proliferado en los últimos diez años dando lugar, si bien aún no a una historia estructurada del periodo, sí a numerosas contribuciones bien agrupadas en torno a ciertas revistas especializadas como Revista filipina,8 o bien en números monográficos de revistas más generalistas como son Krítika kultura, en la que en 2013 Adam Lifshey coordinó un número monográfico sobre literatura filipina en español,9 o Transmodernity, donde Andrea Gallo coordinó otro monográfico con la misma temática en 2014,10 y asimismo los dos números monográficos coordinados por Jorge Mojarro en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana11 (2018) y en Unitas (2019), específicamente sobre las conexiones literarias entre Filipinas e Hispanoamérica.12 Algunas valiosas aportaciones se encuentran en revistas filipinas de menor circulación por no estar todavía online, como Lingua et Litterae, la revista del departamento de Lenguas Europeas de la Universidad de Filipinas, o volúmenes conmemorativos del día de la amistad hispano-filipina como es Encuentro (2008), editado por Luisa Camagay. Además de estos núcleos de referencia, diversos estudios van apareciendo tanto en revistas filipinistas como Humanities Diliman, como en revistas sobre hispanismo y revistas sobre Asia en general. El valor de estos artículos, aunque dispersos, es introducir el estudio de esta literatura en otros contextos más amplios, visibilizándola de modo que comience a ser tenida en cuenta en otros foros, como es el de los estudios asiáticos, o el de las literaturas hispánicas.
Tras el momento de esplendor que constituye la edad de oro, se inicia a partir de 1935 – con la institución del tagalo como lengua oficial en todo el país – y, sobre todo, a partir de 1945 – tras la II Guerra Mundial –, el declive y ocaso total de la lengua castellana hasta su actual casi extinción. Los periódicos en español cerraron durante el impasse de poco más de tres años en los que Filipinas perteneció a Japón, entre enero de 1942 y la primavera de 1945 (Checa Godoy 2015). Con pocas excepciones, como los esfuerzos recopilatorios hechos tras la muerte de insignes escritores como Fernando M. Guerrero, o la empresa de la editorial hispanofilipina, los libros dejaron de publicarse: quedan manuscritos mecanografiados en los fondos de las bibliotecas filipinas, testigos de este abandono. Sin público apenas que las leyera, la última novela clásica se dice que es La vida secreta de Daniel Espeña (1960) de Antonio Abad (1894–1970). Escribió el propio Abad otra novela, La aventura de Limahong (1963), que permanece hasta el momento inédita. La novela de la guerra de Jesús Balmori (1887–1948) tuvo que esperar 65 años, de 1945 a 2010, para ser publicada (Balmori 2010). En 2010 pasó a ser la primera obra de la colección del Instituto Cervantes de Manila “Clásicos hispanofilipinos”, que ha editado en la última década cuatro novelas de autores filipinos hispanohablantes de aquella época.13
Junto a este esfuerzo se encuentran otros que recuperan textos previamente editados – por ejemplo, la edición hecha por Jorge Mojarro de Hacia la tierra del Zar de Teodoro M. Kalaw (1908, 2014) o la edición de los cuentos de Benigno del Río (1907–1970) preparada por Axel Gasquet –, junto a lo poco que se va escribiendo en español en Filipinas en la actualidad: la colección ‘Oriente’, dirigida por Andrea Gallo, publica actualmente desde la editorial hispanoárabe obras de autores y autoras filipinas contemporáneas. Por otro lado, el premio Antonio Abad combina los esfuerzos de la Far Eastern University, y la Editorial Hispano Árabe de Barcelona, en colaboración con la Revista Filipina,14 para entregar un premio literario a obras filipinas en español. De este modo, ha retomado la vieja labor del premio Zóbel, instaurado por Enrique Zóbel de Ayala, que entre 1922 y 2001 concedió un premio anual a las mejores obras de literatura filipina o de estudios sobre la misma. En 2020, el premio Antonio Abad ha recaído por segunda vez en Guillermo Gómez Rivera (1936–), por su novela de título nostálgico: Vetusta Rúa: De dalagas, frailes e ilustrados (2020), publicada en la mencionada colección.
Muy poquito queda de literatura filipina producida en español hoy en día. Lo que hay cuenta con el apoyo entusiasta de algunos filipinistas como el también escritor y dramaturgo Edmundo Farolán (1943–), director de Revista filipina, o del mencionado crítico Andrea Gallo, director de la Colección Oriente. Gallo publicó además un volumen junto a Isaac Donoso titulado Literatura hispanofilipina actual (2011), que oficia de antología e incluye autores y autoras como Edwin Lozada (1954–), Elisabeth Medina (1954–) o Daisy López.
2 Los estudios filipinos dentro de los estudios hispánicos contemporáneos
Como afirma Adam Lifshey en The Magellan Fallacy (2012), la tradicional división binomial en los estudios hispánicos – España vs. Hispanoamérica – provocó que la historia de la cultura filipina en español, junto con la producción de otras culturas hispanohablantes o cercanas a lo hispano pero externas a los dos ejes principales – véanse la sefardí, la ecuatoguineana, la saharaui (Odartey- Wellington 2018, Campoy-Cubillo y Sampedro Vizcaya 2019), la marroquí (Ricci 2014) o la chamorra – quedaran relegadas a una curiosidad marginal reivindicada de vez en cuando en los medios y entre los académicos.
Octavio Paz es uno de los pioneros que en Hijos del limo (1974) vincula las modernidades literarias en Europa, Hispanoamérica y Estados Unidos y establece un enlace entre estas y las literaturas asiáticas. Por ejemplo, en el ensayo “La tradición del Haikú” (1970) estudia de forma coordinada poemas sintéticos del mexicano Juan José Tablada, y poemas japoneses, sugiriendo al final una conexión con los escritores españoles que se agrupaban en torno a la generación del 27. Pero es a partir del siglo XXI cuando el enfoque nacionalista en el estudio de la literatura es cada vez más cuestionado gracias a estudios que se aproximan a las relaciones literarias entre regiones y culturas. Los estudios transatlánticos quizás sean los primeros que propongan disciplinariamente esta interesante perspectiva, que ayuda a explicar fenómenos paralelos en más de una región, el origen de ciertos movimientos a ambos lados del Atlántico y de forma aún más interesante, las dinámicas interregionales de prestigio, crítica y producción. Un estudio clave en este sentido es The inverted conquest, en el que Alejandro Mejías-López proponía considerar el Atlántico de finales del siglo XIX y principios del XX como un espacio cultural, social y político atravesado por una red de discursos y hechos históricos imposibles de comprender de forma aislada (Mejías-López 2009), y en él, observar la escritura modernista latinoamericana como un fenómeno trasatlántico que se exporta de América a Europa, y no como una mera transposición del simbolismo y parnasianismo franceses.
Sin embargo, el caso filipino nos obliga a extender aún más el foco del estudio tanto de la modernidad postcolonial como del modernismo literario para completar el mapa hispanohablante de ambos fenómenos. Entran pues en juego los estudios Transpacíficos, que del mismo modo estudian las interacciones y dinámicas entre ambos lados del Pacífico, y en el mundo hispanohablante, principalmente las interacciones entre Filipinas y América Latina. Ejemplos de estos estudios son las obras hispanoasiáticas de Ignacio López-Calvo (2013) sobre escritura Nikkei en Perú o de Axel Gasquet y Georges Lomné (2018) sobre las notables herencias asiáticas en la América hispánica, o bien los trabajos de Ernest Hartwell y Paula Park en sus tesis doctorales15 y en artículos recientes comparando la literatura filipina con la caribeña (Hartwell 2018, Park 2019). Más del lado de la historia de las ideas, tenemos obras recientes que han ido conectando el papel político y cultural de figuras destacadas de Filipinas con América Latina, como el mencionado libro Between Empires de Koichi Hagimoto (2013), que compara a José Rizal con José Martí, enfatizando el papel de ambos como caudillos y héroes nacionales, o los estudios sobre Pardo de Tavera en la Argentina (Gasquet 2019a) o de Jesús Balmori en México (Gasquet 2020).
Los nuevos marcos de estudios sobre las relaciones de la producción cultural asiática con otras producciones en español también han propiciado un terreno fértil para el desarrollo de la literatura filipina en español. Nos referimos a propuestas como la de Yeon-Soo Kim y Kathleen E. Davis, que proponían en 2014 el término “Spanish Asian Studies” (Estudios hispanoasiáticos) para definir una aproximación a las relaciones literarias y culturales entre Asia y España,16 o la más reciente de Adolfo Campoy-Cubillo y Benita Sampedro, quienes en un número especial del Journal of Spanish Cultural Studies reunían bajo el término “Global Hispanophone” (Hispanofonía global) obras en español de autores de África y Asia (Campoy-Cubillo y Sampedro Vizcaya 2019), basándose en un debate previo propuesto por Adam Lifshey en la introducción a The Magellan Fallacy (2012). Existe, sin embargo, un problema con este término aplicado a la producción filipina. El término, propuesto como categoría en MLA, adquiere una visibilidad notable en su búsqueda de un hueco entre lo peninsular y lo latinoamericano. Sin embargo, por un lado, los propios Campoy-Cubillo y Benita Sampedro reconocen que es un calco de los términos “lusofonia” y “francophonie”, que reúnen culturas cuyo único punto en común es haber sido colonizadas por el país europeo que ostenta la lengua que nombra a estas “regiones imaginadas”, adquiriendo de este modo ciertas resonancias imperialistas. En segundo lugar, con este sustantivo no se nombra a todo el mundo de habla española, sino, sobre todo, a aquellas culturas que no están ni en Europa ni en América Latina, es decir, Sáhara Occidental, Marruecos, Guinea Ecuatorial y Filipinas, con lo que su significado no es del todo transparente. Finalmente, se podría considerar que para formar parte de esta hispanofonía global el requisito debería ser que al menos en el país se hable español, lo cual no es el caso en Filipinas. Para Filipinas el término, tomado literalmente, es anacrónico. Verdaderamente lo único que tiene con otros países es una historia común de dominación española. Por eso, aunque se entiende la necesidad de dotar a estas regiones marginalizadas de un término que las una y les dé visibilidad, y desde la consideración de que ningún término va a ser perfecto, se debe ser consciente de la problemática que encierra en cuanto a Filipinas.
3 La modernidad en Filipinas
La idea principal que propone este volumen es la exploración de los múltiples vectores de la modernidad en Filipinas en torno al cambio de siglo (XIX–XX). Dichas vías alternativas hacia una modernidad plural aparecen negadas en la fórmula que describe de manera popular la experiencia colonial filipina, “trescientos años de convento y cincuenta en Hollywood” (Karnow 1989: 13, Gonzalez 1998: 42, Rood 2019: 35), en alusión a los 377 años de dominación española (1521–1898) como oscuros y marcados por el duro catolicismo, la censura y la ‘frailocracia’, y a los 43 años de dominación estadounidense (1902–1946), que por oposición están marcados por el regocijo democrático, la proliferación de la industria cultural (con salas de cine, baile, jazz, el auge de la prensa), los cambios de pautas culturales y sociales, el consumo de masas, la adopción del inglés como lengua vehicular, junto a la modernidad urbanística, sanitaria, educativa y comercial.
Cristina Evangelista Torres, en su obra The Americanization of Manila. 1898–1921 apoya la tesis de la simbiosis entre modernización y americanización poniendo sin embargo de relieve cómo la modernización (o su presumible ausencia) fue en Filipinas una máscara y una excusa para la colonización y la relación intercultural desigual. En efecto, la llegada de los estadounidenses aportó la infraestructura moderna necesaria con la construcción de edificios gubernamentales, escuelas, monumentos, parques, el fomento de la educación, la salud y la higiene, y la transformación de Manila siguiendo el modelo de ciudad la norteamericana – para transformar radicalmente los hábitos sociales tradicionales de comportamiento a la usanza de la nueva sociabilidad estadounidense (2010: 1, 3). La reeducación y los avances aparentes relacionaron la incorporación de la modernidad americana como parte de un futuro ideal para Filipinas. Según Torres, la literatura de los años 1950 glorificó a la segunda metrópoli colonial, cuyo dominio liberó a los filipinos de los tiempos oscuros del fanatismo religioso alentado por los frailes españoles (2010: 2). Se asume de esta manera que la modernidad vino del exterior – por medio de la imposición cultural en inglés – y que fue aceptada de buen grado y alabada por aquellos que vivieron tal imposición.
Por otro lado, Florentino Rodao ha defendido precisamente la idea que la deshispanización de Filipinas no se produce de forma repentina en 1898, sino que fueron mucho más relevantes y pertinentes en la explicación de este fenómeno eventos como la Guerra Civil Española o la tragedia sufrida por las Filipinas durante II Guerra Mundial (Rodao 1997), durante los años de ocupación nipona (1942–1945). Por tanto, durante la colonización estadounidense, había una masa hispanohablante partícipe de los cambios sociales que se estaban desarrollando en el país. Esto, a pesar de la vinculación histórica de la modernidad filipina a la expresión en lengua inglesa, justificaría la mencionada eclosión de publicaciones filipinas en español durante la ocupación estadounidense, tanto en prensa como en libros, la cual se puede confirmar en parte cuantitativamente: según la base de datos Filiteratura,17 de los libros de literatura publicados en español hasta 1898, un 44% correspondía a escritores españoles, un 24% a escritores filipinos y el resto, un 32%, eran traducciones de escritores no hispanohablantes al español reeditadas en Filipinas, destacando los autores franceses, que comprenden un 20% del total de ediciones en español en Filipinas del siglo XIX. A partir de 1899 se publican más libros en español de los que se habían publicado antes en Filipinas gracias a una palpable relajación en la censura y al nuevo uso de la lengua como resistencia cultural inicial frente al nuevo invasor anglófono. Filiteratura, que abarca publicaciones literarias entre 1850 y 1950, contabiliza 284 publicaciones antes de 1899 frente a 292 después. Eso sí, estos nuevos libros en español serán en su mayoría, un 78% según la base de datos, de autoría filipina, frente a un 21% de autoría española. Solo el alemán Heinrich Heine aparece en la base de datos como único autor no hispanohablante publicado en español en el archipiélago asiático entre 1899 y 1950.
La misma base de datos evidencia la variedad de géneros que se daban: mientras la novela clásica era un valor a la baja, los cuentos y los poemas proliferan junto a algunos géneros híbridos: biografías – como los ejemplos ya mencionados de la Biografía de Rizal escrita por Rafael Palma (1949) o Sun Yat-Sen fundador de la República China de Mariano Ponce (1912) –, o libros de viaje como Hacia la tierra del Zar de Teodoro M. Kalaw (1908) o Notas de viaje de Paz Mendoza Guazón (1930). Otras formas de escritura del yo híbridas son los testimonios bélicos con inserción de fragmentos periodísticos, poemas, entrevistas con víctimas y enumeraciones que aparecen en algunos (de los varios) relatos sobre la II Guerra Mundial en Filipinas como, por ejemplo, Terrorismo y Redención de José G. Reyes (1947) y El terror amarillo en Filipinas de Antonio Pérez de Olaguer (1947). Además, encontramos bastantes textos de carácter ensayístico, desde Sobre la indolencia de los filipinos de José Rizal (1890) hasta El monroísmo asiático de Claro M. Recto (1929), que indican una voluntad de definición identitaria y posicionamiento en el sistema mundial.
Esta pujante masa de escritores y escritoras filipinos pertenecen en su mayoría a las élites culturales y económicas educadas en español que, al oponerse inicialmente muchos de ellos a la ocupación estadounidense, parecen también oponerse a la modernidad. Así lo indica un crítico destacado como Wystan de la Peña, quien recoge la percepción generalizada de que “By the 1930s, to speak Spanish, to be ‘Fil-Hispanic’ meant being oldfashioned; to speak English, to be ‘Americanized,’ meant being modern” (2008: 105).
La batalla entre modernidad angloamericana y tradición hispánica, y, en gran parte, la contestación a esta dicotomía en el plano idiomático, se libraba a menudo en la prensa en español. El ejemplo de la disputa entre Trinidad Pardo de Tavera, intelectual filipino residente por largos años en Francia, y el periodista y literato Jesús Balmori nos puede servir para ilustrar uno de los asaltos de esta batalla. En El libro de mis vidas manileñas (1928), se recogen los poemas satíricos que Jesús Balmori fue publicando en el diario La Vanguardia en respuesta mordaz a las noticias recientes publicadas en este u otros diarios. De entre estos poemas, “Pardo está gris” responde a declaraciones de Pardo de Tavera sobre la llamada “Rising generation”, la nueva generación filipina de los años 1920 educada en inglés y con intereses profesionales más allá de las carreras clásicas universitarias de derecho y letras, dentro de la “practicidad” que se ha atribuido tradicionalmente a los anglosajones y en concreto a los norteamericanos.18 En palabras de Pardo de Tavera, “Los que atacan a la ‘rising generation’ abogan por la continuación de las cosas reinantes durante el régimen español. Y los que se quejan de que nuestros jóvenes de estos días optan por ser profesionales, quieren que haya mayor número de ignorantes” (Balmori 1928: 23, Donoso 2012: 332). A este ataque a lo presuntamente retrógrado de los hispanohablantes en Filipinas responde Balmori con su poema:
La prensa, como se expondrá en la segunda sección de este volumen, juega un papel fundamental en la expansión y consolidación de la modernidad filipina: las batallas dialécticas se libraban ahí, pero también se exponían nuevas teorías científicas, políticas, filosóficas y adelantos tecnológicos producidos en el resto del mundo. Asumiendo que los lectores eran una fiel imagen de la sociedad filipina de aquel entonces, la prensa refleja la sed inagotable de modernidad en todos los ámbitos de la sociedad filipina: modernidad técnica y científica, modernidad de hábitos y pautas sociales, de prácticas mercantiles y de costumbres, etc. En los periódicos aparecían las novedades editoriales y se traducían de la prensa internacional artículos varios que suponían una ventana al mundo. Se anunciaban las llegadas a Filipinas de nuevos productos, se discutían los problemas locales y nacionales de trascendencia tal como el sufragio femenino. Ejemplo de ello es la sección de entrevistas a mujeres filipinas publicadas en La Vanguardia entre 1934 y 1937 titulada “Lo que ellas dicen”, en las que estas mujeres destacadas de la sociedad hablaban sobre sus preocupaciones sociales, formas de hacer progresar el país, su opinión sobre el voto femenino, sobre los roles de género y sobre el papel de la mujer en la ciencia, entre otros muchos temas.
Es por tanto cuestionable la idea inicial de que la modernidad llegara exclusivamente de la mano de la americanización. De hecho, el volumen de María Rhodora Ancheta y José Buenconsejo, Philippine Modernities, Music, Performing Arts and Language, 1880 to 1941, adelanta la fecha de llegada de la modernidad a Filipinas al siglo XIX, achacándola a la configuración del concepto de soberanía que desarrollaron los propios ilustrados filipinos – encabezados por José Rizal – (Ancheta y Buenconsejo 2017: xiii; Cullinane 2003; Mojares 2006). Para Rizal, que no llegó a conocer las reformas urbanas y sociales de los estadounidenses, la modernidad se caracterizaba por la madurez de las prácticas culturales que habían comenzado desde la apertura de Manila al comercio global a mediados de los años 1830. Este proceso se consolidó entorno a los años 1880 con la secularización de la vida en las áreas urbanas y el consumo de bienes culturales autóctonos y foráneos por individuos fuera de las instituciones (especialmente de las religiosas), que aportaron un sentido de pertenencia al país más allá de las fronteras de raza y religión, y conformando la nueva sociedad (Ancheta y Buenconsejo 2017: xiii).
Precisamente en la introducción, los autores afirman que la iniciativa de los filipinos ilustrados en el siglo XIX de solicitar al gobierno metropolitano una representación política en el parlamento, antes del estallido de la Revolución filipina, “fue un síntoma claro de una nueva imaginación social en la que los sujetos ya no estaban incrustados en el viejo mundo sectario, ordenado y feudal, de rigurosa jerarquía social, sino en un mundo competitivo donde los individuos podían ascender en la escala social”19 (Íbid.), lo que llevó a los filipinos a aspirar a una autonomía jurídica y política en el seno de la monarquía. Esta conciencia social y política, prosiguen los críticos, se plasmó desde un principio en prácticas materiales reales y cambios culturales que mostraban los “enredos filipinos con el amplio orden social de la política internacional y con las búsquedas del capitalismo imperial de nuevos mercados en Asia”20 (2017: xiv). Así pues, la producción cultural, la conciencia político-social que impulsó el deseo de soberanía – definido como moderno y atrevido – y las interacciones con otros países, forman el combinado que define la llegada de la modernidad en las Filipinas, como un proceso de modernización profundo que culmina en la primera revolución asiática21 que buscaba sacudirse el yugo colonial, proceso frustrado por la imposición norteamericana, que acaba llevando la modernidad por otros derroteros.
El relativamente numeroso corpus de los textos escritos en español antes y después de la revolución filipina apoyan por un lado la tesis de Ancheta y Buenconsejo de la conformación de una mentalidad moderna finisecular en el siglo XIX, y por otro ofrecen el relato de una búsqueda de modernidad alternativa a la propuesta por los Estados Unidos, basada en el cosmopolitismo y apoyada por el auge de la prensa a principios del siglo XX. Esta búsqueda alternativa se centra principalmente en formar parte de una comunidad asiática o de una comunidad hispanoamericanista. En el primer caso, referentes culturales y políticos como Teodoro M. Kalaw y Paz Mendoza Guazón (1884–1967) se apoyan en el tropismo asiático de la generación anterior para proponer un giro identitario de Filipinas hacia Asia, tomando como referentes de modernidad China y Japón (Ortuño Casanova 2021a). Por otro, – siempre circunscribiéndonos a los escritos en lengua española – los escritores que abrazaron con más entusiasmo el modernismo y lo transformaron adaptándolo al contexto filipino – pongamos por caso Fernando M. Guerrero (1873–1929), Jesús Balmori (1886-1948), Manuel Bernabé (1890–1960) o Zoilo Hilario (1892–1963) –, comenzaron a mirar hacia las repúblicas hispanoamericanas como modelo cultural en español, político en cuanto a su independencia y su rechazo de lo estadounidense, y asimismo por la ascendencia cobrada por la creación literaria y la producción artística en general. No en vano, la revista Libertas, combativa y antiestadounidense, editada precisamente durante la guerra entre Filipinas y Estados Unidos, publicaba con asiduidad poemas de modernistas latinoamericanos, incluyendo en 1899 uno de Rubén Darío (Álvarez Tardío 2019: 170). Desde esta segunda postura se rechazó también la imposición cultural norteamericana a partir de 1898 y se desarrolló una conciencia anti(neo)colonialista inspirada en textos como “El triunfo de Calibán” u “Oda a Roosevelt” del pope del movimiento modernista, Rubén Darío. Así, en el libro Adelfas (1913) de Zoilo Hilario, tenemos textos como “Oración del día”, con claras reminiscencias a la “Oda a Roosevelt” y transposiciones de la dicotomía mundonovista Ariel vs Calibán en la interpretación filipina de Quijote y Sancho en varios autores, incluyendo a Fernando M. Guerrero, Jesús Balmori, Manuel Bernabé o Pacífico Victoriano (1886–s.d.) (Ortuño Casanova 2018).
Estos casos de conexión con América Latina y los que la vinculan con Oriente, incluyendo la triangulación que supone la asunción de modelos orientalistas del modernismo latinoamericano para presentar Filipinas como ese oriente idealizado (Donoso 2010: xii–xiii, Villaescusa-Illán 2018, Blanco 2016), refuerzan el sentido que tiene el estudio de la literatura hispanofilipina desde un campo no mencionado hasta ahora en esta introducción: el de los estudios sur-sur, que ya proponen por ejemplo Susanne Klengel y Alexandra Ortiz-Wallner para el caso de las conexiones literarias hispano-asiáticas con la India (2016). En él parten de los estudios ya clásicos sobre el Global South (sur global), para centrarse en una relación geocultural compleja (Sur/South en su denominación), que se basa en ejemplos de intercambio cultural literario e intelectual entre América Latina y la India. En el caso filipino dichas conexiones se exploraron en el mencionado monográfico coordinado por Jorge Mojarro en UNITAS (2019), donde se proponían casos como la presencia de personajes mexicanos en el nacimiento del romance y el teatro filipino (Blanco 2019), el viaje del filipino Trinidad Pardo de Tavera a la Argentina (Gasquet 2019a), o los paralelismos entre libros de viajes y mujeres revolucionarias en Cuba y Filipinas (Hartwell 2019, Escondo 2019).
La perspectiva del intercambio y las relaciones horizontales conecta con un segundo objetivo de este volumen colectivo: estudiar los nuevos aportes a la comprensión de la literatura filipina en español que desafían la subordinación tradicional de lo filipino a las influencias – o simple copia – de lo occidental. A través de sus páginas, se explorarán las formas y recursos propios, la búsqueda de modelos originales de modernidad y el papel que juega en ella el nativismo y el costumbrismo filipinos colocando el acento en la producción cultural filipina durante el momento histórico crucial de los 40 años que marcan el paso de la dominación española a la estadounidense.
Las trece contribuciones aquí reunidas se articulan en torno a cuatro ejes, con su correspondiente sección en el volumen.
El primer eje tratará sobre las políticas del costumbrismo en la literatura. En la década de 1880, proliferaron novelas y cuadros costumbristas sobre Filipinas escritas por españoles y por filipinos. El objetivo expreso de ambos grupos era dar a conocer Filipinas al público español, que lo desconocía todo (o casi) sobre su colonia asiática. Pero a la vez, para los filipinos estas obras tenían la importante misión de plasmar culturalmente una nueva sociedad en gestación y transformar la masa informe y variadísima del país con más de siete mil islas, cientos de lenguas nativas y decenas de etnias, en una realidad cohesionada y definida en tipos, combatiendo además con su propia voz las visiones peyorativas que habían dado en sus escritos algunos de los españoles. Fueron importantísimas las novelas de Pedro Paterno y sobre todo de José Rizal, quien además denunció los abusos de poder del clero español en el país (la frailocracia) y se convirtió tras su fusilamiento el 30 de diciembre de 1896 en héroe nacional de Filipinas.
La sección comienza con una visión comparada de textos costumbristas sobre Filipinas de los españoles de larga residencia en las islas, Antonio García del Canto (1824–1886) y José Felipe del Pan (1821–1891), escrita por Mignette Marcos Garvida, quien destaca el esfuerzo de los letrados filipinos por plasmar una identidad propia y por tanto el derecho a forjarse su propio destino. William Arighi por su parte, se aboca al análisis de las diferencias entre las novelas Noli me tangere de José Rizal y Nínay de Alejandro Paterno, que utilizan el tropo del costumbrismo con fines diferentes. La tesis que defiende es que mientras Paterno utiliza el costumbrismo para justificar el pasado, Rizal lo hace para captar el presente con un objetivo de superación, como impulso hacia la modernidad y hacia un futuro autónomo. Finalmente, Ignacio López-Calvo aborda la prejuiciosa representación de uno de los muchos tipos presentes en Noli me tangere: los chinos en Filipinas. López-Calvo destaca la contradicción existente en un texto clásico en que los chinos sustituyen al “Oriente” occidental como otro esencializado, y símbolo de retraso, oponiéndose a la modernidad secular decimonónica.
La segunda parte trata sobre el importantísimo papel de la prensa en la difusión de las ideas de modernidad en Filipinas en las tres primeras décadas del siglo XX. Hasta ese momento, la censura eclesiástica española había limitado las publicaciones filipinas que a partir de la ocupación estadounidense proliferaron en español, tagalo, inglés y otras tantas lenguas vernáculas para hacer llegar ideas y creaciones literarias a toda la población – aunque tal y como demuestra Gloria Cano, el gobierno estadounidense aún ejercía un control férreo de los medios de comunicación (Cano 2011: 397). En la miríada de periódicos filipinos de aquel tiempo se combinaron las creaciones originales propias con textos de la prensa internacional y literatura traducida desde otros idiomas. La sección ofrece una panorámica poliédrica y cronológica de la prensa de este periodo, comenzando Álvaro Jimena con el periódico socialista creado por Isabelo de los Reyes, La redención del obrero (1903). De los Reyes, de orientación socialista, fue el creador del primer sindicato de obreros filipino. Habiendo estado en España entre 1897 y 1902, tuvo estrecho contacto con numerosos movimientos obreros de la península y estuvo encarcelado en la prisión de Montjuïc de Barcelona durante los años de auge del anarquismo peninsular. Su sindicato, Unión Obrera Democrática, transformó las relaciones laborales al inicio de la colonización norteamericana y sirvió de modelo para la creación de otras organizaciones de trabajadores en las décadas posteriores, por lo que se le puede considerar como un elemento determinante (e insoslayable) dentro de la modernización política y social de Filipinas a inicios del siglo XX (Anderson 2014).
Ericson Borre, por su parte, estudia cómo en la revista Día Filipino se debaten durante la segunda década del siglo XX las influencias hispánica y anglófona en el país, tratando de modelar una identidad nacional a lo largo de sus páginas. Cecilia Quirós se centra en los periódicos dedicados a la mujer a fines del siglo XIX, sus aportaciones a la modernidad y el debate que en ellos se genera sobre lo que debe ser la mujer filipina en una Filipinas independiente. Finalmente, Eugenio Matibag se centra en el aspecto político de los periódicos y folletos propagandísticos para aproximarse a las intenciones de reformas ilustradas en el caso de Marcelo Hilario del Pilar (1850–1896) y su panfleto La soberanía monacal (1888).
La tercera sección está dedicada al cosmopolitismo, a la ruptura del aislamiento de un país insular para establecer diálogos con otros países y adoptar en este proceso de creación de una identidad nacional, usos y maneras de otros lugares. Los tres autores cuyos trabajos integran la sección se aproximan al hecho cosmopolita desde perspectivas muy diferentes para ofrecer una visión comprensiva del mismo. Jorge Mojarro ofrece una novedosa panorámica sobre la literatura de viajes filipina y cómo los autores buscan en los países visitados modelos para su propia nación. Axel Gasquet se centra en el estudio de una figura fundamental del cosmopolitismo modernista filipino: el poeta, narrador y periodista Manuel Bernabé. Valorado por su obra poética, su cuantiosa obra narrativa, dispersa en periódicos, ha sido hasta ahora desatendida por la crítica; mediante el análisis de algunos de sus cuentos, Gasquet procura observar el carácter paradójico de la modernidad filipina, que se debate entre abrazar un modelo irrestricto de modernidad yanqui, pero que al mismo tiempo defiende valores locales conservadores con un tenue barniz moderno. Finalmente, Miguel Ángel Feria trata sobre la paradójica recepción del fenómeno del jazz, llegado de mano de los estadounidenses. Observa cómo esta música por un lado se identificará en los textos literarios filipinos con la modernidad, pero también con la barbarie, y como en reacción a este se estilizarán formas musicales tradicionales filipinas amoldadas al gusto occidental, como sucede con el kundimán.
La última sección presenta y problematiza los resultados e interpretaciones de los procesos descritos en las secciones anteriores centrándose sobre todo en el papel y las percepciones de la mujer en la sociedad filipina. Si los textos costumbristas suponían un punto de arranque de una modernidad que se debate en los periódicos y que va añadiendo tintes cosmopolitas a la identidad filipina, los capítulos comprendidos en esta sección se aproximarán a trabajos que ya se saben modernos, que han incorporado el elemento cosmopolita, el debate hispano-anglófono y que se han publicado en periódicos. Beatriz Álvarez Tardío analizará los elementos de modernidad en los textos de Enrique K. Laygo (1897–1932), escritor y político de los años 1930 que proponía una integración del tipo moderno filipino-americano con la esencia más tradicional filipina que incluía elementos prehispánicos e hispanos, analizando cómo la tradición se integra de alguna manera dentro de una modernidad global. Irene Villaescusa estudia el papel fundamental de María Paz Mendoza Guazón en la conformación del movimiento sufragista filipino y de un modelo de mujer que mucho tiene que ver con el norteamericano, reflejando las dificultades para conciliar dichos valores con la tradición católica del país y las características que idealmente debía tener la mujer católica. Finalmente, Emmanuelle Sinardet escribe sobre el cuento extenso de Guillermo Gómez Windham (1880–1957) “La carrera de Cándida” (1921), en que el autor filipino hace un retrato alegórico y pesimista sobre cómo la modernidad ha dado al traste con la inocencia y decencia de la mujer filipina tradicional, y alerta del peligro de seguir el modelo estadounidense de mujer emancipada.
En conjunto, este volumen supone una contribución necesaria y largamente esperada a los estudios sobre la historia de la literatura filipina escrita en español, cambiando la perspectiva antológica y descriptiva de obras anteriores (la mencionada de Mariñas Otero, por ejemplo, pero también la más reciente Literatura hispanofilipina actual de Isaac Donoso y Andrea Gallo [2011]), para explicar cómo la literatura filipina en español a la vez refleja y contribuye al cambio social que se experimenta en el país entre 1885 y 1935. Sin querer contravenir otros estudios que se aproximan a los inicios de la modernidad filipina en lenguas vernáculas o en inglés, este complementa aquellos, que por lo general tienden a olvidar las aportaciones en español a la construcción de esta modernidad.
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Nos referimos a las novelas y ensayos recientes que en su mayoría vuelven a tratar del episodio de los soldados refugiados en la iglesia de Baler después de la firma del tratado de París en 1898: Morir bajo tu cielo (Juan Manuel de Prada 2014), Copla al recuerdo de Manila (Jordi Verdaguer Vila-Sivill 2017) o La última princesa del Pacífico (Virginia Yagüe 2014), comparten la romantización de la época colonial con otras que también se inspiran en la Filipinas de finales del siglo XIX, como Los olvidados de Filipinas, Amor, guerra y traición (Lorenzo Mediano 2001), Los mares de la canela (Pilar Méndez Jiménez 2020) o Cartas desde Manila de Susana Cayuelas (2018). A estas ficciones de inspiración histórica se suman estudios como Flames over Baler (2012) de Carlos Madrid, el antiguo director del Instituto Cervantes de Manila, El último de Filipinas de Almeira de Juan José Rocha Carro (2013) o Regreso a Luzón (2012) y Regreso de las colonias de Enrique Castillo Alba (2017).
Nos referimos al proyecto Erasmus+ 2020-1-BE02-KA203-074821 “DigiPhiLit: Innovación Metodológica y Curricular: Humanidades Digitales y Literatura Hispanofilipina” coordinado por Rocío Ortuño, Axel Gasquet, Beatriz Álvarez Tardío, Emmanuelle Sinardet – autoras de este volumen – y Clara Martínez Cantón, y que tiene en su comité de calidad externo entre otros a Ignacio López-Calvo, Irene Villaescusa Illán y Jorge Mojarro, también firmantes de capítulos en este volumen
Blanco, John D. Ponente invitado, “Missionary Chronicles as Colonial Literature”, International Writers and Scholars Series, Tanghalang Teresita Quirino, Universidad de Santo Tomas, 15 de febrero de 2019. También en “The Prose of Pacification and Spiritual Conquest in the Philippines”, in Axel Gasquet y Rocío Ortuño Casanova (eds.), Transnational Philippines, Ann Arbor: University of Michigan Press (en prensa).
Sin embargo, en nuestra opinión, como indicábamos más arriba, hace falta una revisión de lo que se considera intención literaria y los criterios para que un texto sea considerado literatura, puesto que tienden a dejarse a un lado las novenas y poesías sagradas.
Sus libros y los de otros miembros del grupo se encuentran hoy digitalizados en múltiples bibliotecas virtuales y al alcance de cualquiera: hay copias en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, en Proyecto Gutenberg y en Archive.org entre otros. Para una lista más o menos completa de los proyectos de digitalización de libros y periódicos filipinos, ver Ortuño y Sibayan (2020).
La exposición “Entre España y Filipinas: José Rizal escritor” fue comisariada por la investigadora del CSIC María Dolores Elizalde Pérez-Grueso y tuvo lugar en la Biblioteca Nacional de España entre noviembre de 2011 y febrero de 2012. Además del catálogo publicado con diversos estudios sobre el tema, permanece activa – aunque incompleta ahora, a falta de los estudios que antes sí que estaban colgados en la web – una miniexposición virtual con los materiales expuestos (
Ernest R. Hartwell, Footnotes to Empire: Imaginary Borders and Colonial Ambivalence. Presentada en Harvard University en 2017.
“Asia in the Hispanic World: The Other Orientalism”. Número especial del Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies, Vol. 18, 2014.
No podemos evitar recordar aquí el discurso “El triunfo de Calibán” de Rubén Darío, en que el poeta nicaragüense afea la avidez materialista del estadounidense, centrado en “la caza del dollar” cuyo “hogar es una cuenta corriente, un banjo, un negro y una pipa”. Rocío Ortuño ha puesto de relieve la equivalencia de la dicotomía mundonovista entre Estados Unidos (Calibán) y América Latina (Ariel) que en la literatura hispanofilipina se transforma en Quijote y Sancho. Mediante la equiparación de Estados Unidos y la figura de Sancho se critica en diversos poemas filipinos la practicidad, la codicia y la voracidad estadounidense frente al idealismo del acerbo hispánico (Ortuño Casanova 2019).
“Was a clear symptom of a new social imagination in which subjects were no longer embedded in the old, sectarian – ordained, feudalistic world of fixed social hierarchy but in a competitive world where individuals could move up the social ladder” (Ancheta y Buenconsejo 2017: xiii).
“Philippine entanglements with the larger social order of international politics as well as imperial capitalists’ search for new markets in Asia” (Ancheta y Buenconsejo 2017: xiv).
La única excepción notable fue la rebelión de los cipayos en la India británica entre mayo de 1857 y junio de 1858, ahogada en un baño de sangre. El alzamiento tuvo como consecuencia el traspaso del gobierno directo del subcontinente por la Compañía Británica de las Indias Orientales a manos de la Corona, que crea el Raj Británico, un virreinato del Reino Unido. Muchos historiadores consideran hoy esta rebelión como la primera guerra de independencia de la India, recién alcanzada en 1947.